¿Cuántas de las empresas que
tenemos a nuestro alrededor tienen identificados, analizados y evaluados los
riesgos inherentes al terrorismo? ¿Somos conscientes de las pérdidas que este
riesgo puede generar en nuestras organizaciones?
Históricamente las empresas basan
su protección frente al riesgo, en aquellos riesgos mas conocidos y que le son más
fáciles de valorar, dejando al azar
aquellos riesgos que por su complejidad generan más dificultades para tenerlos
controlados.
En este sentido tenemos que
sensibilizar a las empresas de nuestro entorno ante riesgos como el de
terrorismo, que si bien esta presente en la lejanía de la información, puede
materializarse en cualquier organización empresarial causando un impacto de considerables proporciones.
Desde el año 2011 al 2013 se produjeron en el mundo 3.151 ataques terroristas causando
4.861 víctimas mortales. Es evidente que no
hemos querido incluir en este
dato el ataque a las Torres Gemelas.
Pero fijemos nuestra atención precisamente en este
ataque al corazón de la economía mundial. Porque desde este momento las reglas
del juego terrorista han ido cambiando y
ya no podemos hablar de riesgo
localizado, sino que irremediablemente tenemos que pensar que dada ve el
riesgo esta más deslocalizado y por lo tanto corremos riesgos de menor
incidencia directa, pero de mayor
impacto indirecto.
Pensemos por un momento que ha
sucedido con Egipto, libia, Siria o
recientemente Tunez. Sencillamente la economía de dichos países ha
sido vulnerada en tal magnitud que las
empresas tanto locales como de inversión
extranjera se han visto perjudicadas o en el peor de los casos han desaparecido.
Analicemos que sucedería con
el turismo de nuestro país si de repente
pasamos a ser objetivo de los terroristas, o pensemos que ocurriría con las
inversiones que las empresas españolas tienen diseminadas por el mundo. Hemos medido el impacto de la invasión de Ucrania, somos
conscientes de la caída de turismo en Tunez, tenían las empresas constructoras
sus activos protegidos en Libia.
Una vez más tenemos que pararnos
a reflexionar y establecer criterios de
riesgo que nos lleven a estar preparados para cualquier contingencia,
intentando minimizar en lo posible las
consecuencias negativas que la nueva fórmula de amenaza terrorista cierne sobre
nuestras organizaciones y las personas que las componen.
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